miércoles, 25 de julio de 2007

Hacia Puebla . . .




En la segunda mitad de la semana pasada tuve la oportunidad de visitar la ciudad de Puebla por unas cuestiones laborales. Tome las llaves del carro y lo encendí con destino a ese lugar, salir de la ciudad de México siempre es una proeza, y con el distribuidor que están haciendo a inicio de la carretera pues acentúa más el tráfico entre los camiones, el transporte público y los que sólo llevamos nuestros cuatro cilindros pero vamos más rápido.

Poco a poco el camino se empieza a despejar, los lentos se quedan atrás dejando más espacio entre ellos y dando la oportunidad de hacerlos a un lado por los carriles de la izquierda. Una vez superado el tráfico y con el panorama más despejado se alcanza a notar por qué este es un increíble país, el verde de las montañas es imponente, ha llovido mucho y eso a nutrido la flora de nuestros alrededores. Los colores se hacen más intensos, dan ganas de bajar el vidrio apagar el aire acondicionado y respirar por momentos un aire con menos plomo al que estamos acostumbrados, se siente como llega hasta el fondo de los bronquios abriéndose paso entre las nubes de polución que ya guarda nuestro organismo internamente.

Poco a poco van apareciendo los colosos del camino en el paisaje, el popocatepetl, el iztlacihuatl y el pico de orizaba y con ellos la leyenda de amor y traición que hay entre los tres. Son buenos compañeros del camino, siempre se agradece como me recuerdan lo pequeño que soy y que siempre hay más allá. Alcance a notar que tienen muy poca nieve e inmediatamente recordé la agresiva campaña que los medios han lanzado en los últimos días en conjunto con el live earth para crear conciencia de todo lo que se esta perdiendo por agotar los recursos naturales de nuestro planeta.

Aquí un fragmento de la leyenda mencionada, amor y traición como en cualquiera de nuestras vidas y con bastante recurrencia:

Una terrible guerra entre aztecas y tlaxcaltecas.

La bella princesa Iztaccíhuatl, hija del cacique de Tlaxcala, se había enamorado del joven Popocatépetl, uno de los principales guerreros de este pueblo. Ambos se profesaban un amor inmenso, por lo que antes de ir a la guerra, el joven pidió al padre de la princesa la mano de ella si regresaba victorioso. El cacique de Tlaxcala aceptó el trato, prometiendo recibirlo con el festín del triunfo y el lecho de su amor.

El valiente guerrero se preparó con hombres y armas, partiendo a la guerra después de escuchar la promesa de que la princesa lo esperaría para casarse con él a su regreso. Al poco tiempo, un rival de Popocatépetl inventó que éste había muerto en combate. Al enterarse, la princesa Iztaccíhuatl lloró amargamente la muerte de su amado y luego murió de tristeza.

Popocatépetl venció en todos los combates y regresó triunfante a su pueblo, pero al llegar, recibió la terrible noticia de que la hija del cacique había muerto. De nada le servían la riqueza y poderío ganados si no tenía su amor.

Entonces, para honrarla y a fin de que permaneciera en la memoria de los pueblos, Popocatépetl mandó que 20,000 esclavos construyeran una gran tumba ante el Sol, amontonando diez cerros para formar una gigantesca montaña.

Desconsolado, tomó el cadáver de su princesa y lo cargó hasta depositarlo recostado en su cima, que tomó la forma de una mujer dormida. El joven le dio un beso póstumo, tomó una antorcha humeante y se arrodilló en otra montaña frente a su amada, velando su sueño eterno. La nieve cubrió sus cuerpos y los dos se convirtieron, lenta e irremediablemente, en volcanes.

Desde entonces permanecen juntos y silenciosos Iztaccíhuatl y Popocatépetl, quien a veces se acuerda del amor y de su amada; entonces su corazón, que guarda el fuego de la pasión eterna, tiembla y su antorcha echa un humo tristísimo…

Durante muchos años y hasta poco antes de la Conquista, las doncellas muertas por amores desdichados eran sepultadas en las faldas del Iztaccíhuatl.

En cuanto al cobarde tlaxcalteca que por celos mintió a Iztaccíhuatl sobre la muerte de Popocatépetl, desencadenando esta tragedia, fue a morir desorientado muy cerca de su tierra, también se convirtió en una montaña, el Pico de Orizaba y se cubrió de nieve. Le pusieron por nombre Citlaltépetl, o "Cerro de la estrella" y desde allá lejos vigila el sueño eterno de los dos amantes a quienes nunca, jamás podrá separar.

http://www.radioredam.com.mx/grc/homepage.nsf/main?readform&url=/grc/redam.nsf/vwALL/MLOZ-5W8VRV

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